Ya no soy ni voy a ser tu churrasquito
Vi la película de terror Fresh (2022). Reflexiono sobre los tipos malos que vienen en frasco lindo, la peor cita de mi vida y lo que podemos aprender del canibalismo.
Acerca de mí y mi sitio: Una cierta sabiduría es mi espacio personal de verborragia. Soy guionista, directora de cine, y estoy explorando otras formas de escribir. Es por eso que acá mezclo ensayo, chisme, teoría e introspección a lo diario íntimo. Si te gusta cómo escribo, ¡suscribite! Y seguime por mis otras redes: Instagram, Tik Tok, donde verás más contenido sobre mí y mis talleres de escritura en Villa Crespo, CABA, Argentina. También realizo mentorías y supervisiones de textos individuales, consultame.
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Nota para el lectorx: escribí este ensayo desde un espacio mental muy extraño. Entre otras cosas, porque la realidad política de Argentina está MUY hostil, con una represión de jubilados que ocurrió la semana pasada. Así que, como dije en mi canal para suscriptores: que todo lo que escribo tiene sabor a pavada y quizás ese el lugar de este ensayo. Si se nota mucho, me avisan.
Hay cosas que jamás se olvidan: el primer beso, la muerte de una mascota y, si sos argentinx, dónde estabas cuando ganamos el mundial. Del mismo modo, todxs recordamos nuestra primera salida de Tinder, OkCupid, o la app de citas de turno, la que estuviese de moda en aquel momento. Fuera de una amiga que conoció a su novio en un primer swipe a la derecha, la mayoría de mis amistades padecieron o padecen los estragos sobre todo de tipos olvidables que habitan estas redes sociales. El problema de esos tipos olvidables es que se vuelven memorables en alguna cita, por razones equivocadas.
Así que, con el poder de la experiencia que me confiere mi basto tiempo, mi basto paso por las apps de citas, puedo afirmar que estoy en las antípodas de la amiga que les mencioné porque en mi caso, la primera cita fue la peor que tuve.
El hombre con la silla de hierro
El sujeto en cuestión se llamaba Manuel y era un chico que tenía una única foto en su perfil. Una Red Flag evidente, sí, pero esto fue hace de diez años y faltaba mucha información sobre… ¿cómo podríamos llamarlo? Cierta “señalización marítima”.
Al principio era un tipo simpático, pero en seguida empezó a decir cosas que lo hacían parecer un poquito más siniestro. Como confesar que me había googleado, visto mi película y sabía cosas súper específicas sobre mí de lo que había online. Por suerte, me atraía poquísimo físicamente y supe que iba a quedarme solo un par de horas, para luego irme como una campeona del mundo.
Nos pedimos dos cervezas y, cuando llegó la hora de elegir comida, confesó que se había olvidado de traer plata. Lo que voy a decir a continuación me hace sentir una vieja ch*ta, pero: niños y niñas, hubo una época donde no se acostumbraba la transferencia, ni era tan práctico hacerla. Era cash, o tarjeta, si tenías, pero yo era una jovenzuela mantenida por mis progenitores. Así que tenía que ser la primera opción.
El chico me dio dos opciones: invitarle una hamburguesa, o que compartamos una hamburguesa entre los dos. La primera opción no iba a suceder; yo ya estaba perdiendo en esa cita, así que fui por lo segundo. Prefiero que me ghosteen tres amigas más (vayan y lean después, jeje) que cagarme de hambre en una cita. No veo nada más opuesto al placer que cagarse de hambre. Ahí estábamos, compartiendo entre dos media hamburguesa vegetariana.
Dato que no dije antes: estábamos sentados en unas sillas de hierro muy pesadas. En un momento, fui al baño, momento en el cual noté el grado de borrachera involuntaria que tenía. Claro, tenía dos birras encima y solo media hamburguesa en el estómago. Esa era mi señal: la cita estaba pronta a su fin. Al segundo que me senté en la silla, el sujeto en cuestión - que estaba justo en frente - intentó correrla para acercarse a mí. Tenía que acercarla medio metro. La silla era pesada, se quedó trabado a la mitad y luego, por acercarla, quedó tan cerca que lo tenía respirándome la nuca. Me giré y me encajó un beso horrendo mientras hacía unos sonidos guturales y gruñía. Como si quisiera masticarme la cara, como si estuviéramos en una película de terror. Me lo alejé del cuerpo con las dos palmas hacia su pecho, y me pedí un Uber.
Curiosamente, eso tiene mucho que ver con la película que vi el fin de semana pasado y que viene como anillo al dedo para este tema. Se dice mucho sobre que las apps de citas son catálogos, o que es como ir a evaluar algo en una vitrina, o como mirar productos en un local. Se dice poco de cómo a veces dejas ser una señora comprando en una carnicería, y empezar a sentirte como el cacho de carne de vaca que le cuelga al carnicero en el frigorífico del fondo.
Fresh (2022) de Mimi Cave
Antes de que me digan “nooooo, no quiero spoilers”. Voy a hablar solamente de cosas que se puedan ver en el trailer para evitar develar demasiado. Que, dicho sea de paso, es un GRAN trailer porque cuenta lo justo.
Fresh (2022) es una película de terror sobre un mercenario muy bello que seduce chicas y luego las somete a sus planes siniestros que involucran - por decirlo con algún eufemismo - cortes de carne. No voy a contarles ni por qué, ni cómo, ni a quién le hace qué, si es que hace algo. La película tiene igual mucho easter egg, así que es evidente que va en esta dirección desde el minuto cero casi. Siembra muchas cosas que se cosechan después, lo que vuelve evidente el rumbo de la película. Es una película sobre gente que come gente.
Tengo que hacer una pequeña confesión que no me enorgullece: a veces me pregunto qué hubiese pasado si aquel chico del bar con la silla de hierro me hubiese resultado atractivo. Desde el momento que respiré el mismo aire que él respiraba, supe que no iba a pasar a mayores. Por eso, lo primero que pensé con esta película es que retrata muy bien cierto retruco de machismo internalizado en el que, si el sujeto es atractivo, es más fácil caer en sus garras. “Se quejan solo cuando son feos”, dirá algun troll incel de twitter. No encontré un texto específico que analice la relación entre las estructuras patriarcales y cómo quizás ciertos comportamientos “creepy” pasen más desapercibidos si el sujeto tiene más capacidad de seducción y un porte más convencionalmente atractivo. Si saben algo, me cuentan.
En What is beautiful is good o lo que es lindo es bueno, sus autoras estudian el efecto halo en torno a la gente linda, y cómo nuestra mente tiende a asociar gente más bella a vidas más bellas: más éxito, una familia más feliz, una vida más saludable, una mente más saludable. No hace falta bibliografía para afirmar esto: el capital erótico es capital en las relaciones, pero también en el trabajo y por supuesto en las redes sociales, y hacia ambos géneros, pero sobre todo en el masculino. Y hago esa salvedad porque, gracias a estas reglas que nos tocan en el mundo, una chica que es linda es potencialmente percibida como estúpida, y eso no suele pasar a la inversa.
Desde ya que, además, las personas que hemos pecado de creerle al sistema (es decir, aquellas que no hemos podido evitar caer bajo el hechizo de un varón hegemónico y tóxico), seguramente mamamos lo mismo de jóvenes: Disney, novelas tóxicas y comedias románticas que glorificaban los comportamientos dañinos, destructivos y obsesivos, más parecidos a los de un asesino serial que al amor real.

Mi cuerpo dice quiero, pero mi mente tiene miedo
Cristina Aguilera tenía un poco de razón en tener algo de miedo, pero en otro sentido. La gente del mal viene en cualquier frasco y pueden hacernos sentir cosas que no son tan reales: puede ser un Adonis griego, un Gollum humano, un muchacho que te pide compartir una hamburguesa (porque conté que era rata, pero también era terrible desagradable, eso me lo guardo para la intimidad). Mis amistades todas han estado con seres inmundos que muchas veces venían en frasco bonito, y no dudo que eso haya implicado un mayor delay antes de ver los problemas. ¿Quiénes son ellos? Algunos ejemplos desde mi perspectiva: los que se sacan el forro sin avisar y después te dicen que te avisaron, los que te preguntan si pueden coger un ratito sin forro y que te tomes la pastilla del día después, los que se preocupan por alcanzar el orgasmo y se abrochan el pantalón inmediatamente, sin preguntarte nada. ¿Qué tienen en común estos sujetos que enumeré? Que te tratan como un corte de carne.
Hablemos de carne. Y no voy a intentar convencerlos de volverse vegetarianos porque no es el punto de este ensayo (yo misma a veces como pescado).
Los cortes de carne son políticos. La industria de la carne es una demencia que todos aceptamos fingir, en mayor o menos medida. Y cuando digo que los cortes son políticos, es en muchos sentidos: en la forma en que la industria de la carne explota cuerpos a base de sufrimiento, pero también en la forma en que ciertos cortes de carne son privilegiados y terminan vendiéndose solamente afuera para los países dominantes, o en la forma en que estamos acostumbrados a comer mucha más carne de la que realmente necesitamos. De hecho, existe una relación histórica entre el anarquismo y los movimientos antiespecistas.
En Fresh, los cortes que se realizan sobre cuerpos femeninos también son políticos. No creo que sea casual que lo primero que marcha es el culo o las tetas. Son zonas erógenas, zonas de capital, zonas de placer. En esta ficción, el cuerpo sexualizado y deseable es lo primero que se ve mutilado y castrado por el hombre asesino. Ni hablar de lo que pasa en la realidad, y en ciertas culturas.
La experiencia de que te coman viva
En El Camino del Héroe, Joseph Campbell dice que cada personaje que pasa por la vida del protagonista de una historia heroica se vuelve una parte de él: el héroe absorbe esas partes en su recorrido y se vuelve poderoso, para luego retornar a su tierra con saberes y experiencias nuevas.
Sin embargo, cuando se trata de personajes no varones o heroínas, hay que reevaluar esa narrativa, porque probablemente no aplique en un terreno de opresión. En la Odisea, Odiseo se va de su tierra, pega un súper viaje y repara su hogar al volver. A veces, en el caso de otras narrativas, el dolor solo es dolor, el trauma solo es trauma y muchas veces incluso es al revés: con cada mala experiencia, dejamos allí una parte nuestra.
Es común pensar en el mundo de las citas que cada persona que pasa por tu vida, cuando te lastima, se queda con una parte de vos. Fresh tiene algo de eso. Lo que más me gusta del terror como género cinematográfico es esa capacidad para generar metáfora de otra cosa. ¿Cuántas personas que conocemos se entregaron a alguien horrible con tal de sentirse vistas? ¿Cuántas personas se dejan absorber por las vida de otras personas hasta olvidarse quiénes son? Es como esa escena de Fleabag que ya he citado por acá, cuando le preguntan si dejaría cinco años de su vida con tal de tener el cuerpo perfecto. Aquí, el planteo es el contrario y, a la vez, en la misma dirección: ¿Dejarías una parte de tu cuerpo a cambio de ser amada? Quizás ya lo estés haciendo sin canibalismo real. Ya se hace en la industria de las cirugías estéticas y los estándares imposibles de belleza, aludida más adelante en la película Fresh con la escena de la mujer se mira al espejo (de esto sí no puedo decir nada pues 100% spoiler, pero si la ven, van a saber a qué me refiero).
Tengo que volver al consumo de la carne. Perdón si me pongo pesada, porque el problema no es el consumo en sí, sino la estructura de poder que lo sostiene y se replica en otras esferas de la vida. ¿Quién decide qué cortes son los mejores? Hay una manera específica en que se tortura para obtener un resultado específico, una textura, un color. Si esto suena familiar, no es coincidencia. Todos formamos parte del mismo sistema, donde las reglas pueden cambiar, pero los métodos se replican. La única diferencia es que a nosotras no nos devora literalmente la boca de un hombre (o eso espero, porque sería canibalismo en serio y es ilegal).
Está bien, quizás este paralelismo tenga algunos agujeros. Sabemos que no somos el menú del día, no nos falta espíritu, nuestra carne no es débil. ¿Entonces? ¿Qué hacemos?
Hay un libro de humor que se llama La Risa Caníbal, en la que está abre con esta frase el libro:
Cada vez que un hombre abre la boca para reír, está devorando a otro hombre.
Bueno, dice hombre en lugar de personas. Una ironía, pero entienden la idea general.
Nada, gente. Qué se yo. Hay una parte socio-política que legitima todo esto y se combate con lucha, y hay otra interna que solo se combate con humor y terapia, creo. Se sale con humor de procesar que un tipo se robe una parte tuya, se sale con humor de procesar que en tu país repriman jubilados, se sale con humor de entender que esté imposible conseguir trabajo de lo que te gusta. El humor es una especie de canibalismo simbólico, una habilidad especial para tragarse al otro de una risa, mientras vomitamos lo demás. Así que eso: con humor, con terapia y, por supuesto, con lucha. En las conversaciones con familia, con amigas, con chongos y chongas, y en las marchas.
Eso es todo por hoy. ¿Qué piensan, devoré o ayuné? Já. Si fue lo primero, ya sabés:
Si no les parece o quieren sumar sus pensamientos, ¡me cuentan en comentarios! Y no se olviden de compartir y suscribirse, si todavía no lo hicieron.
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Acabo de guardar la recomendación de Fresh con Sebastian Stan (que lo amo), así que gracias!
Me pasó con este texto que siento que pega un volantazo hacia el final y me perdí en el hilo que querés plantear? Quizás quedaba para un segundo post.
De cualquier forma, el paralelismo con la industria de la carne y las citas es clarísimo, el estar mirando vidriera en una app de citas es lo mismo que pasar por una góndola de supermercado. Y cuando consumimos ese corte? Qué pasa con nosotros? Se deshecha o lo absorbemos como parte nuestra? Gracias por compartir!