Romanticé a una amiga y aprendí algo, pero no sé qué
Un chisme contado a modo de ensayo, un ensayo contado a modo de chisme sobre la vez que idealicé una amistad y después pasaron cosas. Puede que sea o que no sea ficción.
Acerca de mí y mi sitio: Una cierta sabiduría es mi espacio personal de verborragia. Soy guionista, directora de cine, y estoy explorando otras formas de escribir. Es por eso que acá mezclo ensayo, chisme e introspección a lo diario íntimo. Si te gusta cómo escribo, ¡suscribite! Y seguime por mis otras redes: Instagram, Tik Tok, donde verás más contenido sobre mí y mis talleres de escritura en Villa Crespo, CABA, Argentina. También realizo mentorías y supervisiones de textos individuales, consultame.
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Cuando tenía 20 años, fui a un campamento político en un país (que permanecerá anónimo, para ser apenas un poco más discreta con este chisme). En ese viaje aprendí mucho de política, pero también sobre la romantización de las amistades, un tema que me vuelve loca y que me viene obsesionando poco a poco por la cantidad de aristas y toda la ansiedad que me provoca distanciarme de la gente que quiero.
(Cuando termines de leer, sabé que ya hay parte 2 de esta serie sobre amistad, desencuentros y encuentros posibles: Romanticé a una amiga Parte 2)
Contexto: 2012 era un momento turbulento de mi vida. Había salido de una relación tóxica y estaba a plena experimentación post-adolescente de todo, con lo cual mi percepción de los hechos puede estar más o menos distorsionada (spoiler: me sigue pasando hoy, sin tanta experimentación ni mala yunta). Y si bien yo estaba bastante intoxicada, era una época más clean en términos de redes sociales. Facebook estaba en su momento más alto, y Twitter (X) era el under. Al menos en Argentina, no había ni Instagram, ni Tik Tok, ni Substack. Se vivía un poco más el presente de las cosas. Por aquel entonces, 2012, yo tenía el mismo grupo de amigos y amigas que hacía una década y los cuidaba como oro. Particularmente, mis amigas. Cada amiga era preciada, el mejor regalo, una falsa novia por la que daba todo incondicionalmente con tal que no me suelten la mano cuando descubrieran mi intensidad.
En el viaje al país me había hecho dos amigas argentinas. Vamos a llamarlas A y B. Para menor confusión literaria, Ariela y Beatriz. Ariela tenía una visión muy madura para nuestra temprana edad y yo la veía como un ser perfecto. Incluso cuando decía que no era perfecta (“tengo problemas de celos”) me seguía resultando perfecta, como esa gente que tiene una mancha de nacimiento que le calza perfecto en la cara o el cuerpo. Como dicen las viejas, nos hicimos amigas cual “culo y calzón”, pero siendo tres en lugar de dos. Pasamos todo ese viaje juntas. Nos enamoramos, nos desenamoramos, nos enojamos, aprendimos. Con los hombres del campamento político, lo mismo: nos enamoramos, nos desenamoramos, nos enojamos, y ¿aprendimos? Quizás. Pero más aprendí de mi vínculo con ellas. La relación con Ariela y Beatriz se consolidó todavía más cuando casi muero intoxicada y me llevaron a un hospital, donde me cuidaron hasta que reviví (esa anécdota es para otro ensayo). Algo de ese episodio hizo que yo un poco les debiese la vida.
Beatriz se tuvo que ir antes del país. Estaba triste y temía que la dejemos de lado. La convencimos que no sería así: esa tríada era para toda la vida. Un pequeño foreshadowing, fue que había una cuarta amiga parte del grupo que nos ghosteó al poco tiempo de terminado el campamento, y nos indignamos las tres cuando nos explicó el motivo: ella nos había contado qué chico le gustaba, y no habíamos logrado evitar que se bese con otra persona del campamento. Nos desvivimos hablando sobre lo ridículo que era todo aquello. No lo sabíamos, pero ahí ya había un presagio.
Con Ariela, nos quedamos un tiempo más de viaje y recorrimos todo el país. Allí la primera mentira: es verdad que ese tiempo extra con Ariela afianzó nuestro vínculo. Aprendí todo sobre ella. Su biografía de vida, sus inseguridades, las dudas que tenía en aquel momento sobre las relaciones amorosas, sobre su profesión, sobre todo. Hablábamos mucho de ideales también, sobre qué esperábamos de una pareja, de un trabajo, de nuestros padres.
Había sido un viaje tan político, que había dado espacio a una intimidad intensa y real, de esas que con otras amistades me había llevado años construir. En Feminism and woman’s friendships de Suzanna Rose y Laurie Rodes, las autoras citan la importancia que le dan las mujeres a la amistad, sobre todo entre las mujeres feministas. El slogan de que lo personal es político potenció mucho ese tipo de vínculos, una forma de que aquellas mujeres o personas no varones recobraran el poder perdido. Entre Ariela y yo había esa clase de poder, algo del término “sororidad” antes de que fuera trending topic y previo a que cayese en desuso, o que tenga el uso que tiene hoy en día que es un poco más implícito.
Con Ariela, vivimos de todo: desde ver una escena de sexo oral en el medio de un bar, a comprarnos 5 kilos de caramelos de un sabor específico que nos había obsesionado. De reencontrarnos con nuestros ex amantes del campamento, a gastarnos todo en el último día en un resort que definitivamente no podíamos pagar y que nada tenía que ver con nuestro viaje. Volvimos a Buenos Aires sucias, desprolijas, y vestidas con propaganda política.
Esto fue hace más de 10 años. Primero, dejamos de ser tan comunistas. Al poco tiempo, quizás un par de años, Beatriz y Ariela se distanciaron. Por inercia, Beatriz se distanció de mí también. Con lo cual, aquella promesa del amigas para siempre se había disuelto para siempre. Con Ariela, fuimos íntimas. Nos veíamos intermitentemente, pero nos contábamos todo, o al menos eso sentía yo. Secretamente, la idealizaba. Me parecía una persona talentosa, perspicaz, y entera, cosa que a mí me faltaba bastante.
Sin embargo, Ariela empezó a distanciarse poco a poco de mí. Nunca supe qué había pasado. Varias veces le decía de vernos, y siempre ponía una excusa, sin proponer un nuevo lugar de encuentro. Finalmente, fue su cumpleaños, y no me invitó. Al poco tiempo, fue el mío, y no me dijo feliz cumpleaños. Ahora con 33 años, las señales son más claras, pero en aquel entonces tardé en entender el rechazo. Ya me habían rechazado mucho en el plano sexo-afectivo, pero nunca en la amistad, tan así. En seguida, el sentimiento de ghosting, y la autorrecriminación: ¿abusé de su amistad? ¿no fui suficientemente amiga? ¿dije algo que no tenía que decir? Curiosamente, la única amiga cercana que había perdido anteriormente, fue por una discusión de política. Y si lo personal era político, intentaba entender cual era la discusión política que había interferido en mi vínculo con Ariela. ¿Será que siempre las discusiones que distancian a dos amigas son, en definitiva, sobre política?
La posible respuesta - de esas que “no tengo pruebas pero tampoco dudas” - era que aquel año yo me había acercado a quien fuera la ex novia de su actual novio, por pura casualidad. Y yo recordaba muy bien que Ariela decía que los celos eran su talón de Aquiles. En ese caso, el motivo verdaderamente había sido político y de mala feminista, como diría Fleabag. Pero, por otro lado, uno de Los Cuatro Acuerdos Toltecas (jamás los leí, solo sé cuales son) dice que no hay que suponer. Y esto es enteramente una suposición, que es la respuesta natural de la mente cuando alguien desaparece sin dar respuestas, pero que también es de mala feminista.
En su libro Las políticas de la amistad (libro que confieso, recién empiezo, pero que me llenó ya el c*lo de preguntas) Derrida parte de Aristóteles para hablar sobre las amistades, una relación donde se privilegia la semejanza a la diferencia, y la igualdad por sobre la desigualdad entre los miembros de dicha alianza. Es decir, amigos aliados, y enemigos antagónicos. A partir de este desencuentro o ghosting, Ariela no era ni mi amiga, ni mi enemiga ya. Estaba en mi misma ciudad, pero muy lejana a mí. ¿Qué lugar ocupaba entonces en mi historia personal, o qué lugar debía darle?
Si lo político se escribe, cuando una amistad se disuelve hay una sensación de algo que se borra sin querer, algo que se anula de la historia de uno, porque uno escribe con esas personas algo del recorrido propio, ese camino del héroe, la heroína, le heroíne. ¿Cómo se llama ese limbo melancólico, donde las amistades desaparecen sin rastro de los recuerdos y las anécdotas para poder revivirlas a través del diálogo o el encuentro, pero siguen vibrando en nuestro cuerpo? ¿Qué forma política hay para escribir amistades que se pierden? ¿Qué aprender de aquello preciado que se va sin rastro? Como diría Taylor Swift, ¿cómo se terminó? Quizás estoy romantizando demasiado.
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Ya hay parte 2 de esta serie sobre amistad, desencuentros y encuentros posibles: Romanticé a una amiga Parte 2)
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Lo que dispara un desencuentro entre amigas (#RomanticeAUnaAmiga parte 2)
Acerca de mí y mi sitio: Una cierta sabiduría es mi espacio personal de verborragia. Soy guionista, directora de cine, y estoy explorando otras formas de escribir. Es por eso que acá mezclo ensayo, chisme, teoría e introspección a lo diario íntimo. Si te gusta cómo escribo, ¡suscribite! Y seguime por mis otras redes:
No puedo creer el nivel de repercusión💜
Ya hay parte 2 de esta saga reflexiva sobre la amistad y sus vericuetos: https://open.substack.com/pub/malenavain/p/lo-que-dispara-un-desencuentro-entre?r=1rxc09&utm_medium=ios
Siempre se habla del duelo de una separación con una pareja o el que se te muera un ser querido pero nadie habla del duelo de perder a una amiga. Nadie pide faltar al trabajo por eso. Pero duele y sobre todo confunde cuando no están claros los porqués. El dejar de interesarle a alguien a tal punto que no te salude para tu cumpleaños y pasar a ser un desconocido duele como pegarse el dedo chiquito del pie contra un mueble.